miércoles, 23 de febrero de 2011

La Verdad Del 23-F

Hoy se cumple el trigésimo aniversario del 23-F. Y como en aquel año 1981 los medios de desinformación siguen insistiendo en su particular versión de los hechos: Que Juan Carlos salvó al país del golpe, que todos los partidos políticos se opusieron y plantaron cara a Tejero y que la democracia salió fortalecida de todo aquello. Eso es efectivo para los que no se cuestionan la información que les llega a través del poder establecido. Para todos aquello@s que prefieran sacar sus propias conclusiones, dejo un video del coronel Diego Camacho, ex miembro de los servicios secretos (CESID) y un capítulo del libro escrito por Patricia Sverlo: Un Rey Golpe a Golpe biografía no autorizada de Juan Carlos de Borbón.



23-F. EL GOLPE

Secretos de dominio público

Del golpe "de efecto" del 23-F había gente que tenía conocimiento previo y gente que no. En círculos militares, evidentemente, la filtración era mayor. En los servicios secretos del CESID, con más razón. Y en otros sectores sociales con deferencia informativa por parte de los ámbitos del poder, o generalmente bien informados, indudablemente, con más o menos difusión y profundidad. Y este simple hecho hace plantearse si la Casa Real (el rey), por alguno de estos canales, tenía conocimiento o no, información previa de alguna clase, y en qué medida; y una serie respetable de cuestiones sobre la información que se filtró o que los estamentos armados y civiles tenían la responsabilidad de pasar a la Casa Real. De hecho, el presente análisis se propone desarrollar las piezas de la versión según la cual la Casa Real conocía lo que se podía producir, tanto si lo creía posible como si no.
Y para hacerlo, no hay nada como acoplar las piezas del rompecabezas, basándose en los hechos y en los testigos. El 23 de febrero de 1981, a las 18:22 horas, el teniente coronel Antonio Tejero, al frente de 288 guardias civiles, irrumpió violentamente en el Congreso de los Diputados, interrumpiendo la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno.
Poco después, en Valencia, el teniente general Jaime Milans del Bosch sacaba a la calle los tanques y las tropas que tenía bajo su mando en la III Región Militar y decretaba el toque de queda; y la División Acorazada Brunete tomaba los puntos clave de Madrid, entre otros RTVE y varias emisoras de radio. Se trataba de la puesta en escena para el verdadero golpe de Estado, que tendría lugar --según los planes--, cuando el general Armada, en nombre del rey, abortara el alzamiento militar y formara un gobierno de "salvación nacional" encabezado por él mismo. Nadie ha planteado, y ni mucho menos se ha podido demostrar nunca, la participación del rey Juan Carlos I en el golpe. Bien al contrario, la mayor parte de las interpretaciones sitúan al monarca como el salvador de la patria. Su intervención en los acontecimientos del 23 de febrero supuso la consagración definitiva para la monarquía española. Fue, sin duda, el más beneficiado. Al pueblo se le hizo ver que el riesgo de golpe de Estado estaba latente y que sólo el rey tenía poder para desactivarlo. Sin duda, fue el momento álgido de la "democracia coronada". Periodistas e intelectuales de tradición de izquierdas y republicana (como Francisco Umbral, Manuel Vázquez Montalbán o Manuel Vicent) se sumaron fervorosamente a las filas del "juancarlismo" y escribieron apasionadas defensas de su papel en la Transición. El rey acababa de salvar la democracia.
Es cierto que los silencios que rodearon el caso fueron tan ruidosos como el mismo golpe. Hay muchos papeles que no han salido a la luz: la supuesta nota manuscrita del rey a Pardo Zancada; el telegrama interceptado desde el CESID por el teniente coronel Álvaro Gaitán, responsable del departamento de comunicaciones, enviado al general Milans del Bosch desde la Zarzuela; el informe de veinte folios escrito y firmado de propia mano por el general Armada, con todos los detalles del golpe y los nombres completos del futuro Gobierno; la carta escrita por el mismo general Armada antes del juicio, fechada el 23 de marzo de 1981, en la que pedía al monarca "por el honor de mis hijos y de mi familia" permiso para utilizar durante el consejo de guerra una parte del "contenido de nuestra conversación, de la cual tengo nota puntual", que habían mantenido días antes del golpe, cuando los reyes volvieron del entierro de la reina Federica de Grecia; el "informe Jáudenes" del CESID, elaborado un mes y pico tras el intento para evaluar las responsabilidades de la Casa, en el que se citan 8 agentes directamente implicados; y quién sabe cuántos más. Pero, con todo y a pesar de todo, atendiendo a los datos objetivos de que se dispone, y muy particularmente a los que contiene el sumario del proceso (las declaraciones de los encausados y las conclusiones del fiscal, principalmente), sin añadir más datos, se llega fácilmente a la conclusión de que el rey Juan Carlos I sí que podía haber participado activamente en el golpe. Son secretos de dominio público que tuvo contactos previos con una parte de los implicados. Por otro lado, el día clave las iniciativas desde La Zarzuela no pueden considerarse en sí mismas capaces de abortar la conjura, tal y como estaba programada. El famoso mensaje televisivo que aseguraba que se habían tomado "las medidas necesarias para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente" se emitió en el mismo momento en que el general Armada estaba en el Congreso para "restablecer" el orden constitucional con un gobierno de "salvación nacional", presidido por él mismo, que era el que estaba previsto desde el comienzo. Pero como se ha transmitido una interpretación tan radicalmente diferente de éste, merced a mentiras demostrables en la sentencia judicial y a una campaña propagandística muy efectiva, ahora es necesario volver a repasar, aunque sea un poco por encima, datos que en realidad conoce todo el mundo. Como en todo caso Su Majestad, según lo que establece la Constitución, es irresponsable penalmente de sus actos, por mucho que se pueda demostrar su participación no se le puede juzgar por ello. Del mismo modo, y justamente por esto, especular sobre su participación no deja de ser un juego que no se podría tener en cuenta en absoluto como un intento de inculpación.

Los "móviles" del golpe 

Una de las claves para poder entender el 23-F se encuentra en el análisis de los “móviles" del crimen contra el pueblo. La conflagración de 1981 pretendía solucionar varios conflictos. El primer móvil era defender la unidad de la patria. Los militares involucionistas reaccionaban contra las acciones de ETA. Y esto, teniendo en cuenta que la actividad terrorista no tenía una intensidad particular los meses precedentes al 23-F, o que por lo menos no era superior a la de períodos anteriores. Más bien la novedad era la actitud de las fuerzas de seguridad: el 13 de febrero de 1981, por primera vez tras la muerte de Franco, un detenido político, Joseba Arregui, había sido torturado hasta la muerte por la Policía. De todos modos, la amenaza golpista era una cosa que siempre estaba presente desde el comienzo de la Transición. En 1978 los servicios de seguridad del Estado ya habían abortado la "Operación Galaxia", llamada así porque los conjurados se reunían en una cafetería con este nombre, montada por el mismo teniente coronel Tejero y por el capitán Sáenz de Ynestrillas.
Otra de las motivaciones del golpe de Estado era el "malestar" de algunos mandos de las Fuerzas Armadas por la política de ascensos y castigos que el Gobierno Suárez había iniciado. A mediados de abril de 1979 había puesto a un hombre de su confianza, José Gabeiras, en el cargo de jefe del Estado Mayor del Ejército, en un ascenso irregular de general de división a teniente general, con lo cual se saltaba los candidatos lógicos por antigüedad, uno de los cuales era precisamente Jaime Milans del Bosch, uno de los conjurados del 23-F. Era el segundo agravio, porque Milans ya había sido trasladado, en octubre de 1977, de la División Acorazada Brunete de Madrid a la Capitanía de la III Región Militar, con sede en Valencia. El general Luis Torres Rojas, otro de los conjurados, también había sido desplagado recientemente, en La Coruña, en enero de 1980, cuando presidía la Brunete, cargo en que fue sustituido por el general José Justo Fernández, impuesto por Gutiérrez Mellado. Y Armada, el "brazo político" del golpe, había sido enviado a Lleida después de que Suárez, como se sabe, forzara su cese, en octubre de 1977, como secretario de la Casa Real. Todos se la tenían jurada.
Además de los militares, existían problemas con la oposición, incluso con algunos miembros del Gobierno de la UCD. Todos estaban hartos de Suárez y negociaron con el rey la mejor forma de hacer que se fuera. En abril de 1980, el monarca recibió en la Zarzuela a Felipe González y a Manuel Fraga, y en junio a Santiago Carrillo. Todos coincidían en el hecho de que había una sensación creciente de desgobierno, una pérdida de confianza en las instituciones democráticas, una inminente crisis de Estado... hacían responsable a Suárez y abogaban ante el rey, como única solución al problema, por alguna clase de gobierno de coalición, en el que cada uno tendría su trozo del pastel.
Para acabar, es necesario señalar que los acontecimientos del 23-F coincidieron con el conflicto en torno a la entrada de España en la OTAN, una cuestión que no puede descartarse como una más que probable cuarta e importante motivación para la acción golpista. El empujón militar del 23-F podría haber tenido como objetivo forzar el ingreso con urgencia. Poco después de ganar las elecciones de 1980, el presidente norteamericano Ronald Reagan (según datos y documentos que el KGB hizo circular en aquella época) escribió una carta en la que instaba al rey Juan Carlos a "actuar con diligencia para eliminar los obstáculos que impiden el ingreso de España en la OTAN", aludiendo a un misterioso grupo de "pacifistas del Opus Dei". No se sabe quiénes podrían formar este misterioso grupo, ni hay certeza de que aquella carta no fuera una falsificación, como aseguró la Casa Real. Pero sí es cierto que a Adolfo Suárez se le reprochaba que diera largas al asunto durante cuatro años al frente del Gobierno. Suárez no lo veía claro y descuidaba la transición exterior, con lo que manifestaba un cierto anti-americanismo. Es difícil decir hasta qué punto la Corona se sentía presionada por los Estados Unidos, amenazada por las acciones de ETA, o convencida de la conveniencia del nuevo reparto de poder que proponían los grupos de la oposición parlamentaria. Pero las circunstancias políticas en que se encontraba hicieron exclamar a la reina, mucho más "militarona" (sobre todo, por su experiencia griega de connivencia de la monarquía con una Junta Militar), la última vez que Armada fue a los Pirineos con los reyes, al despedirse: "¡Alfonso, sólo tú puedes salvarnos!" El plan, que atendía a los intereses de los Estados Unidos, consistía en dar "un golpe de timón", pero sin salirse del marco constitucional. Si no se actuaba así, España no podría ingresar en la OTAN, formada presuntamente por países democráticos. Éste era un requisito sine qua non. Pero a alguien se le ocurrió que se podían unir las fuerzas de todos los "motivados", en una acción que utilizara en su favor tanto los impulsos de los golpistas más clásicos como los de los representantes del poder establecido legalmente. El plan de actuación que acabaron decidiendo combinaba la acción de Tejero (fiel a su espíritu de la "Operación Galaxia", de golpe puro y duro para "meter al país en cintura"), con la idea de un golpe suave, al estilo de De Gaulle (inicialmente respetuoso con la Constitución y disfrutando de toda la complicidad de los principales partidos políticos con los militares), propugnado por Armada. Y añadía un elemento que parecía estar inspirado en el golpe de los coroneles griegos de 1967, bien conocido por la reina, en el sentido de que los rebeldes contaran con el apoyo del rey. Como explicaron a Tejero, sin que lo acabara de entender del todo, dentro de España la crisis se arreglaría… a la española aun cuando, eso sí, los países de fuera querrían seguir viendo la Democracia y la Corona.
Por los datos de que se dispone (entre otras pistas, algunas declaraciones de Suárez posteriores al golpe), fue un destacado socialista el primero en sugerir al general Armada la idea de un gobierno civil de coalición presidido por un militar. En principio, además de Armada, se especuló sobre varios nombres, entre otros el del mismo Sabino Fernández Campo. En el verano de 1980, un documento secreto llegó a manos del rey. Le había llegado de Madrid, y se trataba de un informe anónimo, aunque por el lenguaje parecía de autores civiles, según fuentes de la Zarzuela. Se hacía un análisis muy crítico de la gestión de Adolfo Suárez y acababa con una propuesta, de la que no se conocen todos los detalles. Se trataba de derrocar al presidente, eso sí que se sabe, y proponer como candidato alternativo a un militar o a un civil independiente de prestigio. En la versión oficial que se ha dado del informe, la vía propuesta para lograr un objetivo como aquél era presentar una moción de censura, pero esta idea parece poco verosímil, puesto que ya se había intentado sin éxito el mes de mayo de 1980. Todo parece indicar que lo que se estaba proponiendo realmente era lo que después se llamó "la solución Armada", cuyo motivo fundamental era que las acciones se habían de enmarcar dentro de los límites constitucionales, en una clase de renacimiento del famoso lema de Fernández Miranda, "de ley a ley" (para hacer el tránsito del franquismo a la democracia parlamentaria dentro del contexto de las Leyes Fundamentales). Pero con el paso previo imprescindible de la tentativa de "golpe duro", que después el rey se encargaría de reconducir. A nivel operativo, para la tentativa de golpe duro, todas las acciones militares planificadas, y después llevadas a término, respondían a un plano único que gravitaba sobre cuatro puntos neurálgicos: el Congreso de los Diputados, la Capitanía de la III Región Militar (Valencia), la sede de la División Acorazada Brunete (de Madrid), y el palacio de La Zarzuela. Algo falló en el complejo entramado.
El primer elemento discordante lo puso Sabino Fernández Campo en La Zarzuela, con dos iniciativas muy simples, que ha asumido públicamente, y que al comienzo no resultaron demasiado trascendentales. En primero lugar, insistió en el hecho de que Armada no actuara desde la Zarzuela, para no comprometer demasiado a la Corona, aun cuando mantuvieran contacto telefónico durante toda la noche del 23-F. En segundo lugar, con la misma intención, intentó evitar que se involucraran los nombres del rey y de la reina, de la manera tan explícita en que se estaban utilizando, para hacer la llamada al alzamiento. Si quisiéramos creer que la Zarzuela estaba al tanto del golpe del 23- F desde el comienzo, no solamente el rey, sino también su secretario general, Sabino Fernández Campo, las iniciativas de este último sólo habrían sido una precaución para proteger al rey en caso de que saliera mal algo, o incluso tan sólo una cuestión de forma. No se puede olvidar que, pese a la propaganda institucional para presentarlo como el gran defensor de la democracia la noche del 23- F, casi más efectiva con respecto a Fernández Campo que al mismo rey, Sabino no ha brillado nunca precisamente como "progre". Sólo hace falta señalar, por el momento, las declaraciones que ha hecho recientemente, en el verano del año 2000 (en una conferencia en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo), en las que afirmaba que el rey, como moderador y también como necesario mando supremo de las Fuerzas Armadas, "debería intervenir en el caso de que las prerrogativas concedidas por un hipotético Gobierno en minoría a un partido separatista amenazaran la integridad de España". Estaba defendiendo nada menos que una intervención militar en Euskadi, que apoyaba en consideraciones jurídicas sobre el artículo 8 de la Constitución. En la línea constitucionalista de Armada, se le habría podido ocurrir algo parecido en febrero de 1981. En todo caso, las de Sabino fueron iniciativas que, en sí mismas, nunca habrían evitado el golpe. El elemento verdaderamente distorsionador fue Tejero. Uno de los puntos más débiles del plan era que, con un estilo similar al que Suárez había utilizado para legalizar el PCE, sin informar del todo a los militares, esta vez se había utilizado a Tejero sin decirle toda la verdad del plan. Y en el momento crucial, Tejero fue quien realmente abortó el golpe.

Ajustando las piezas

Independientemente del hecho de que se ejecutara bien o mal, antes del fracaso --sólo relativo—del desenlace final, el golpe del 23-F pasó por un proceso más o menos largo de preparación, con multitud de reuniones y actuaciones previas de los implicados, de las cuales hay confirmación oficial y que no ponen en entredicho el alcance de la conjura. Se tiene constancia de que, ya en el mes de julio de 1980, se reunieron el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, Pedro Mas (ayudante de campo del general Milans del Bosch en la III Región Militar de Valencia) y el civil Juan García Carrés, para comenzar a planificar el operativo que tenía que tomar las Cortes. El rey en aquellos momentos se hallaba en una ronda de conversaciones con los dirigentes de la oposición (Felipe González, Manuel Fraga, Santiago Carrillo...). Aunque hay pocos datos sobre estas entrevistas, se sabe que se hablaba fundamentalmente de la crisis institucional y de una posible salida con un gobierno de coalición, de "salvación nacional". Según fuentes muy diversas, Suárez era casi el único ausente de la "operación Armada''. Pese a aquel digno gesto de no quererse echar atrás, Carrillo parece que sí estaba en la operación, porque sabía que era la única manera de que hubiera un ministro comunista. Además, se sabe que, aparte de sus audiencias con el rey, se reunió varias veces con Sabino Fernández en su casa de los apartamentos Colón.
Tras el verano, comenzaron a aparecer en prensa comentarios en torno al hecho de que, desde el entorno de Felipe González, se promovía a un general para presidir un gobierno de coalición. Y los rumores circulaban de manera más extensa entre los políticos. El 22 de octubre de 1980, los socialistas Enrique Múgica y Joan Reventós se reunieron con Armada, en casa del alcalde de Lleida, el también socialista Siurana. Trascendió que hablaron de la disposición favorable del general Armada a formar un gobierno de coalición entre la UCD y los grupos de la oposición parlamentaria, presidido por un independiente, presumiblemente militar. En noviembre, los dirigentes de los partidos de la oposición volvieron a pasar por La Zarzuela para hablar con el rey en una nueva ronda de consultas. Ya de vacaciones en Baqueira, también llegó Suárez para conversar; éste se negó a aceptar un gobierno de coalición con ningún partido de la oposición. Pero las referencias en la prensa "seria" o convencional (El País, ABC...) acerca de esta idea "en una situación de extrema gravedad", en "una eventual emergencia peligrosa para la democracia ', se hicieron constantes. Además, el 17 de diciembre, el diario más leído en los cuarteles, el Alcázar, publicó un artículo sobre la preparación de una conspiración de militares firmado por el "colectivo Almendros". Aquel mismo mes, Tejero se empezaba a preparar, comprando, a través de mediadores, los seis autobuses que trasladarían a los guardias civiles que asaltaron el Congreso. Quedaron depositados en una nave industrial de Fuenlabrada (Madrid), alquilada a tal objeto.
En una fecha indeterminada, a finales de año, Armada, temiendo que le espiaran, encargó a Aseprosa (una empresa de seguridad que servía de tapadera del CESID, controlada por Antonio Cortina, hermano de José Luis, el jefe de la AOME) una intervención de sus teléfonos, que fue efectuada por técnicos del CESID. El general todavía estaba destinado en Lleida, desde donde se pudo constatar que, sólo en el mes de diciembre, habló con el rey como mínimo tres veces. El día 18, cuando fue de vacaciones a Madrid, lo visitó en La Zarzuela. Aparte de aprovechar para citarse el 3 de enero en Baqueira, revisaron juntos el discurso que el rey iba a pronunciar en Nochebuena. Armada conserva una fotocopia de las cuartillas con retoques de su propia mano. El 24 de diciembre, el rey lanzó aquel mensaje navideño lleno de ideas sugerentes, por primera vez sin la familia delante de las cámaras, sentado ante su mesa de trabajo: "La Monarquía que en mí se encarna [...] impulsora de una acción de todos para todos". Dirigiéndose a los políticos, dijo: "Consideremos la política como un medio para conseguir un fin y no como un fin en sí mismo. Esforcémonos en proteger y consolidar lo esencial si no queremos exponernos a quedarnos sin base ni ocasión para ejercer lo accesorio". Y al pueblo en general: "No podemos desaprovechar, con inútiles vaivenes, compromisos y disputas, esta voluntad de transformar y estabilizar España..." Dos días después de la entrevista que había concertado con Armada, debido a la cual el general hubo de adelantar el final de las vacaciones, el rey pronunció otro discurso. Esta vez el de Pascua, dirigido a los militares, que acababa así: "Yo tengo la certeza de que si permanecéis unidos, entregados a vuestra profesión, respetuosos con las normas constitucionales en las que se basa nuestro Estado de derecho, con fe y confianza en los mandos y en vuestro Jefe Supremo, y alentados siempre por la esperanza y la ilusión, conseguiremos juntos superar las dificultadas inherentes a todo período de transición y alcanzar esa España mejor en la que ciframos nuestra felicidad".
El 10 de enero de 1981, Armada viajó a Valencia para encontrarse con el general Milans del Bosch. Una semana después, el día 18, fue Milans quien viajó a Madrid para reunirse, en un piso del coronel Mas, con éste y otros conspiradores (en concreto, Tejero, Torres Rojas y el civil García Carrés), e informarles de la entrevista con Armada. Fue en esta reunión donde se estableció el plan de ocupar el Congreso, derrocar por la fuerza al Gobierno y formar uno de nuevo que encarrilara la democracia. Estimaron que la operación no se tenía que llevar a cabo hasta que Armada no fuera nombrado segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, hecho previsto para próximas fechas. De este modo se realizaría sin violencia. Incluso se habló de un procedimiento constitucional y político. Al día siguiente, el coronel Ibáñez, del Estado Mayor de Milans y enlace suyo, fue hacia Lleida para comunicar a Armada el resultado de la entrevista anterior. Cuando el 22 de enero el presidente Suárez se enteró del futuro ascenso de Armada, todos estos militares ya tenían noticias del mismo. Se lo comunicó el rey, en una reunión en La Zarzuela que acabó con una acalorada discusión entre los dos. Ni Suárez ni Gutiérrez Mellado estaban de acuerdo, pero el rey impuso su criterio.
Se continuaban insertando nuevos artículos en el Alcázar con el pseudónimo "colectivo Almendros", y otros textos entregados a otras publicaciones, alusivos al golpe, momento en el que Suárez decidió dimitir, el 26 de enero. Lo comunicó a los miembros de su Gobierno antes que a nadie. Dice que tuvo la precaución de anunciarlo a ellos antes que al rey, para que el monarca no se pudiera apuntar el tanto de haber sido quien le había pedido que dimitiera. "A mí no me hace lo que a Arias", comentó al parecer. Sólo al día siguiente, el 27, fue a La Zarzuela a informar al rey. Suárez siempre ha dado a entender que estaba enterado del hecho de que se planeaba un golpe de Estado para destituirlo y que dimitió para evitarlo... En la larga conversación que mantuvo con el rey, le dijo que lo hacía "como única manera de evitar a Vuestra Majestad el riesgo político de resolver la crisis que se anuncia". En otro contexto explicó, además, que en aquellos momentos tenía la obligación de "defender al rey, incluso del rey mismo". Y el 29 de enero lo explicó en un mensaje televisado bastante claro para todo el mundo: "Dimito porque no quiero que el sistema democrático, tal como nosotros lo hemos deseado, sea, una vez más, un simple paréntesis en la historia de España". Tras todas las tensiones y discusiones con el monarca, no tanto para conseguir que Suárez presentara la dimisión como para intentar llevarlo a su terreno en política internacional (en el tema del ingreso en la OTAN fundamentalmente); tras negarse repetidamente a formar un gobierno de coalición con la oposición; tras todos los planes que habían hecho, hablando y hablando en los medios de comunicación de una inevitable crisis institucional para preparar el terreno, con objeto de dar el "golpe de timón" previsto con la excusa de que Suárez no dimitía... Tras todo esto, la intempestiva decisión del presidente pilló al monarca por sorpresa. Su primera reacción, que ofendió profundamente a Suárez, fue recurrir a Sabino para preguntarle qué tenía que hacer. Con el consejo de su secretario, decidió tomarse un poco de tiempo, aprovechando que el congreso de la UCD que se tenía que celebrar en Mallorca se retrasaba por una huelga de controladores aéreos. El mismo partido habría de escoger un nuevo candidato para proponerlo a las Cortes, sin prisa. La dimisión de Suárez supuso un revés. Aparentemente, se habían quedado sin excusa para actuar. Pero los objetivos reales del golpe iban mucho más allá de conseguir un simple cambio de presidente, los planes ya estaban en marcha y ahora no se volverían atrás. Bien al contrario, se decidió acelerarlo.
Al día siguiente del anuncio público de la dimisión, Emilio Romero publicaba en el ABC un artículo en el que ya se hablaba explícitamente de la "solución Armada". El 3 de febrero el rey telefoneó a su ex-secretario para darle la noticia de su nombramiento y la enhorabuena, desde el aeropuerto de Barajas, donde esperaba que se abriera el de Vitoria para iniciar su primer viaje oficial al País Vasco (el famoso y accidentado viaje a Gernika). Este mismo día Armada también habló con el coronel Ibáñez, que acudió a Lleida personalmente desde Valencia para entrevistarse con el general, y valorar juntos la nueva situación que se había creado tras la dimisión de Suárez. El 6 de febrero los reyes, que estaban en Baqueira para descansar tras los acontecimientos de la Casa de Juntas de Gernika, se citaron con Armada para cenar en un restaurante de Artíes. La cena en el restaurante se tuvo que suspender cuando recibieron la noticia de que la madre de la reina, Federica, estaba gravísima en la clínica de la Paloma, en Madrid. En realidad, ya había muerto. Sofia salió rápidamente en helicóptero hasta Zaragoza, desde donde cogió un DC-9 con destino a Madrid. Pero la entrevista del rey con Armada no podía posponerse, de manera que, independientemente de cómo estuviera su suegra, el rey se quedó a cenar con el general, una cena improvisada por la infanta Elena en casa, a base de ensalada y tortilla francesa. Estuvieron juntos hasta las tres de la madrugada. A esta hora, el mismo Juan Carlos, que conducía su coche, lo dejó en el parador del Valle de Arán.
Tras la celebración del II Congreso de la UCD, el día 10 el rey finalmente propuso a Calvo Sotelo en las Cortes para la presidencia del Gobierno. De nuevo, se quiso reunir con Armada. Cuando éste pasó por La Zarzuela al día siguiente, para los oficios religiosos ortodoxos en memoria de la madre de la reina, a los cuales asistían familiares y amigos todas las tardes, tuvieron la ocasión de hablar brevemente en un aparte. El rey le dijo que le interesaba mucho verlo, y lo citó para el día 13, a las 10:30. Llamó a Sabino para que lo apuntara en el libro de visitas, y Sabino le advirtió de que no había horas libres, pero el rey insistió en el hecho de que retrasara la hora a quien hiciera falta (que en este caso fue Alfonso de Borbón, citado a aquella hora). Ninguno de los dos ha revelado nunca el contenido de la conversación que mantuvieron en aquella cita extraordinaria. Alfonso Armada solicitó permiso por escrito a Juan Carlos para darla a conocer como prueba que le favoreciera en su juicio. Pero no se lo autorizaron y Armada cumplió la orden al pie de la letra. Una vez escogido el candidato a presidente, el rey tuvo que mantener una nueva ronda de consultas con los líderes políticos, preceptiva constitucionalmente. Con González, Fraga, Carrillo... con todos los líderes. Pero estos días hubo muchas más reuniones. El 16 de febrero se celebró una nueva entrevista en Madrid entre Ibáñez (el segundo de Milans) y Armada, concertada previamente por teléfono por el mismo Milans del Bosch. El 17, otro contacto del rey y Armada, en un aparte de un acto en la Escuela Superior del Ejército. Al fin, el día 18, Ibáñez establecía con Tejero, en una conversación telefónica, la fecha definitiva para la "Operación Congreso". Se había pensado en el viernes 20, con ocasión de la votación de investidura del nuevo presidente del Gobierno. Pero Tejero puso dificultades y acordaron que podría ser el lunes 23, puesto que se repetiría la votación y, nuevamente, el pleno del Congreso de los Diputados volvería a estar reunido y todos los miembros del Gobierno presentes. Apenas quedaban unos cuantos días para el día señalado, cuando José Luis Cortina Prieto, jefe de la Agrupación Operativa de Medios Especiales (AOME) del CESID, se encontró con el entonces embajador de los Estados Unidos en Madrid, Terence Todman, y con el nuncio del Vaticano, monseñor Antonio Innocenti. Cortina también se reunió, el día 21 por la noche, en Madrid, con Antonio Tejero, Alfonso Armada y Vicente Gómez Iglesias (su mano derecha en el CESID). Fue en esta reunión en la que Armada se descubrió personalmente delante de Tejero como jefe de la operación. Cortina le indicó al guardia civil que los socialistas no darían nada de guerra, que aceptarían lo que les propusiera, que también veían la necesidad de un golpe de timón. Se le explicó, al parecer no demasiado bien, que su operación en el Congreso se tendría que reconducir hacia el objetivo político de Armada. Según la declaración que hizo en el juicio, a Tejero en aquel momento le dieron a entender que el nuevo gobierno sería sólo de militares; y que el verdadero jefe era el rey, que lo apoyaba totalmente. Armada, en concreto, le explicó: "La monarquía necesita robustecerse, por ello Su Majestad me ha encargado esta operación". Matizó, además, que "la Corona y la Democracia seguirían incólumes… aunque ya hay preparados varios decretos que entrarán inmediatamente en vigor". También le revelaron que tanto el Vaticano como el Gobierno norteamericano habían sido sondeados y que la Administración Reagan les había prometido ayuda. En vísperas del 23 de febrero, el comandante Pardo Zancada, de la División Acorazada (DC) Brunete, viajó a Valencia para entrevistarse con Milans del Bosch, el verdadero jefe militar de toda la operación. Milans también conversó por teléfono con Armada.

Día de autos, autobuses y tanques 

A primeras horas de la mañana del 23 de febrero, los oficiales del Estado Mayor de la III Región Militar (Valencia) ultimaban los planes de movilización de tropas. A las 10:20, Milans se reunió con sus mandos y les informó de que en Madrid se podría producir un hecho "grave e incruento", que se conocería por la radio, que el rey estaba enterado y que el general Armada daría las instrucciones oportunas desde el palacio de La Zarzuela. El ministro de Defensa español, interpelado en el Congreso de los Diputados el 17 de marzo de 1981, no pudo desmentir que las primeras tropas en ponerse en situación de alerta, tarea que ya habían empezado el día anterior,
fueron las de la base aérea de los Estados Unidos en Torrejón, a 6 kilómetros de Madrid. Con algo más de retraso respecto a Milans y los americanos, alrededor de la 1 del mediodía, Tejero seleccionaba improvisadamente a los guardias civiles que le acompañarían a tomar el Congreso, sin darles demasiadas explicaciones sobre dónde iban y qué harían. Tras comer, en la Comandancia Móvil de la Benemérita, en Valdemoro (Madrid), les repartieron los fusiles y les hicieron subir a los autobuses.
Cuando ya habían pasado las 5 de la tarde, el gobernador militar de la Coruña, el general Torres Rojas, se presentó inesperadamente en el recinto de la División Acorazada, en Madrid. Quienes ya estaban informados del golpe (Pardo Zancada, entre otros) aprovecharon el momento para compartir su secreto con los otros mandos militares. A estas horas, Armada hacía vida normal, despachaba como era habitual con el general Gabeiras, su superior inmediato, en el Cuartel General del Ejército, el JEME, en el palacio de Buenavista. Hacia las 6, Tejero conducía sus hombres a las Cortes con los seis autobuses previstos para la ocasión. Varios agentes de la SEA (Sección Especial de Agentes, unidad operativa del CESID creada por Cortina meses antes), todos ellos guardias civiles (Rafael Monge, Miguel Sales y Moya), ayudaron a los asaltantes, conduciéndoles hacia el Congreso. Uno de los coches se quedó aparcado allí, entre los autobuses, en la calle Fernanflor, y Salas tuvo que ir a recuperarlo más tarde. A las 6 y 22 minutos Tejero y quienes le acompañaban entraban en el Congreso disparando tiros al aire y pronunciando frases famosas para la historia: "¡Se sienten, coño!" Como bien había anunciado Milans, la irrupción se pudo seguir en directo por la radio y la televisión.
A Su Majestad el ruido de los disparos le pilló en chándal, preparándose para jugar un partido de squash con Ignacio Caro y Miguel Arias, que le esperaban con Manuel Prado y Colón de Carvajal. Cuando la reina oyó (no se sabe si por radio o televisión) aquel discurso del capitán Muñecas a los diputados del hemiciclo ("no va a ocurrir nada, pero vamos a esperar que venga la autoridad militar competente..."), se le escapó: "¡Ése es Armada!". Mientras Milans decretaba el estado de sitio en Valencia, con un bando calcado al del 18 de julio de 1936, aunque explicando a los más próximos que no se trataba de proclamar el estado de guerra porque todo estaba dentro de la Constitución, en Madrid la DC Brunete empezaba a ponerse en marcha. El general José Juste Fernández, cabeza de la DC y próximo al Gobierno de Suárez acababa de enterarse de los planes golpistas. Aparte de otros detalles, Pardo Zancada y los otros le dijeron que Armada dirigiría la operación desde La Zarzuela. Para asegurarse de que la información que le estaban dando era correcta, cuando apenas habían pasado dos cuartos de set intentó contactar con él en la Casa Real. Pero como no estaba, le pasaron al secretario, Sabino Fernández Campo. Según la versión oficial, Sabino desmintió con una seguridad sorprendente que Armada hubiera de aparecer: "Ni está ni se le espera". No se sabe a ciencia cierta de qué hablaron ni en qué tono, pero, a resultas de esto, Sabino se enteró de algunos detalles que no le hicieron gracia. Muy en particular, que los golpistas estaban invocando a la Corona con frases poco afortunadas ("el rey está al tanto de todo", "contamos con las simpatías de la reina"...). Hombre cauto por naturaleza, se sintió un poco alarmado, y fue rápidamente a hablar con el rey. Juste, a su vez, aunque supuestamente ya había sido informado de que el rey no apoyaba al golpe --según la versión oficial, se había sentido aliviado ("¡menos mal!")--, permitió que la DC Brunete, que seguía bajo su mando, empezara a movilizarse para ocupar militarmente los puntos clave de Madrid, entre otros la sede de Radio Televisión Española, con tres escuadrones, y varias emisoras de radio. Por otro lado, continuó haciendo gestiones para localizar a Armada fuese donde fuese. Cuando Sabino fue a hablar con el rey, se lo encontró al teléfono con Armada, en el momento en qué este le decía: "Recojo unos documentos y voy para allá". El secretario le hizo gestos al monarca para que si le era posible interrumpiera la comunicación un momento y, en un aparte, lo convenció de que no era nada aconsejable que Armada se presentara en La Zarzuela, en medio de tanta confusión.Y el monarca, como tantas otras veces, aceptó la tutela de Sabino.
A las 7 de la tarde, las emisoras locales de Valencia empezaron a transmitir el bando de Milans y los tanques salían a la calle. Tras más de una hora intentándolo, el jefe de la DC, el general Juste, finalmente conseguía contactar con Armada en el Cuartel General del Ejército. No se sabe de qué hablaron, pero la DC no retiró sus tropas. También habló con el ex-secretario del rey, el general Aramburu, director general de la Guardia Civil, que estaba en el Hotel Palace en un improvisado Cuartel General de mandos militares para vigilar desde el exterior lo que sucedía en el Congreso. Aramburu reclamaba a Armada con urgencia, para hacer de intermediario con los asaltantes: "¡Alfonso, vente para acá, porque a mí no me obedecen!". Desde las 8 de la tarde, Sabino Fernández Campo prácticamente no se desenganchó del rey. Decidieron conjuntamente, como forma de cautela, evitar la entrada del general Armada en La Zarzuela, aunque mantuvieron contacto telefónico permanente. Y telefonearon a todas las capitanías generales, zonas marítimas y regiones aéreas, para sondear la situación. La orden que les transmitieron fue que nadie tenía que hacer nada sin consultarles antes. La reina Sofia desveló años más tarde que la actuación del rey con los militares en el 23-F fue un "juego voluntariamente ambiguo", y que les había hecho creer que estaba con ellos.
Entre las muchas cosas raras que pasaron aquel día, se encuentra el hecho de que un miembro de la Guardia Real había conseguido entrar desde el primer momento en el Congreso. Fue aquel guardia el que telefoneó a La Zarzuela para facilitar el número de teléfono a través del cual Sabino podría hablar con Tejero y preguntarle qué pretensiones tenía. Pero la gestión no fue posible, porque Tejero se negó a hablar con el secretario de la Casa (el rey ni lo intentó), y anunció que sólo recibiría órdenes de Milans del Bosch. Con Milans del Bosch, en cambio, la primera conversación (aproximadamente a las 8 de la tarde) la tuvo Juan Carlos, y todas las demás a lo largo de aquella noche. No había para menos, teniendo en cuenta que Milans era el militar más monárquico de España, y amigo personal de Juan Carlos desde hacía muchos años. Había asistido al bautizo del príncipe Felipe, y recibido al rey interino en el aeropuerto de Barajas para felicitarlo cuando volvió de la campaña en Al-A'yun... El rey nunca había tenido motivos para dudar de su lealtad.
Otra cosa rara, difícil de casar con la versión oficial que niega la participación del rey en el golpe, fue que, sorprendentemente, las líneas telefónicas de La Zarzuela no se cortaron. La centralita se saturó de llamadas. El mismo rey le comentó a Villalonga años después para su biografía autorizada, cuando ya estaba tan metido en el papel de salvador de la patria que no controlaba lo que decía: "Si yo fuera a llevar a cabo una operación en nombre del rey, pero sin el consentimiento de éste, la primera cosa en la que habría pensado sería en aislarle del resto del mundo impidiéndole que se comunicara con el exterior. Y bien, esa noche yo hubiera podido entrar y salir de La Zarzuela a mi voluntad y, en cuanto al teléfono, ¡tuve más llamadas en unas pocas horas que las que había tenido en un mes! De mi padre, que se encontraba en Estoril --y que se sorprendió también mucho de poder comunicarse conmigo--, de mis hermanas que estaban las dos en Madrid e, igualmente, de los jefes de Estado amigos que me llamaban para alentarme a resistir". Sabino, que era más listo, se encargó de que este párrafo fuera suprimido de la edición española del libro, en el momento en que se dio cuenta de que el rey había desvelado importantes detalles. Que se sepa, además de la familia, también telefonearon primeros ministros y reyes para preocuparse por la situación; y los presidentes de los gobiernos autónomos del País Vasco y de Cataluña, Carlos Garaikoetxea y Jordi Pujol. Juan Carlos los tranquilizó a todos, en concreto a Pujol con la frase que después recogió la prensa: "Tranquilo, Jordi, tranquilo". La gente de Comisiones Obreras también telefoneó varias veces y preguntó al monarca: "¿Quemamos nuestros archivos y nos tiramos al monte?" El rey les respondió: "¡Sobre todo, no hagáis eso! ¡Tengo el asunto controlado!" En cambio, Alexander High, el Secretario de Estado de los Estados Unidos, cuando conoció las noticias en Washington se limitó a declarar: "Es un asunto interno de los españoles...
Yo no tengo nada que decir". Armada fue al Cuartel General de Tierra en las horas siguientes, también dedicado a cambiar impresiones con unos y con otros, por teléfono o personalmente. A las ocho y media, de nuevo expuso los planes del Gobierno presidido por él a los generales que estaban reunidos allí, para lo cual pidió un ejemplar de la Constitución, con objeto de poder señalarles con toda precisión cómo era aquéllo de que se podía dar un golpe de Estado dentro de la legalidad, basándose en el artículo 8. Al fin y al cabo, según él, "no había situación más anticonstitucional que la existente en aquel momento".También habló con Milans por teléfono. Y, aproximadamente a las 9, otra vez con el rey. El rey le pasó el teléfono a Sabino y éste tuvo una larga conversación con Armada. Después de esta última charla, Armada habló con el general Gabeiras, su superior, momento en que le propuso abiertamente el plan de ir al Congreso. Le explicó, como a los otros generales, que el Ejército estaba dividido, que la situación era peligrosa, que contaba con el apoyo de los socialistas y... en fin, que consentía en sacrificarse ofreciéndose para presidir el Gobierno. Hablaron también de la posibilidad de ofrecer un avión para que Tejero y sus oficiales salieran de España. Y Gabeiras, aunque no había estado en la conjura en el primer envite, quedó convencido de que lo que tenía que hacer era aquello. Pero antes de tomar ninguna resolución definitiva, tenía que volver a hablar con La Zarzuela. Así lo hizo, y a las diez menos cuarto Sabino confirmó que entre los partidarios de la "solución Armada" ya se hallaba también Gabeiras, que le aseguró, además, que estaba dispuesto a acompañar a Armada en su misión. El secretario de la Casa Real le recomendó que no lo hiciera, porque aquello significaría implicar a la JUJEM (Junta de Jefes del Estado Mayor del Ejército). Pero transmitió el consentimiento real para que Armada fuera al Congreso, aunque precisando que cualquier propuesta tendría que hacerla a título personal, sin hablar del apoyo del rey, y de acuerdo con su conciencia. Aquello era, según lo que preveían, el final de la aventura. No dudaban que todo quedaría resuelto con la visita de Armada a las Cortes, y en La Zarzuela empezaron a trabajar en la redacción del mensaje del rey a los españoles, que seria transmitido por televisión.
Sabino Fernández Campo pidió a RTVE que enviaran un equipo de grabación y otro de filmación, pero se encontró con el problema de que las tropas de la DC Brunete que habían tomado las instalaciones de Prado del Rey no dejaban salir al equipo. Sólo aceptaban órdenes de Armada. Afortunadamente, éste todavía no se había ido, y no tuvo ningún problema en telefonear al coronel del Regimiento Villaviciosa para decirle que obedeciera a Sabino. De acuerdo con la iniciativa que acababan de decidir llevar a término, diseñaron un discurso que ponía énfasis en la "fórmula constitucional" como salida al problema militar. Éste es un buen momento para repasar aquellas palabras: "Al dirigirme a todos los españoles, con brevedad y concisión, en las circunstancias extraordinarias que en estos momentos estamos viviendo, pido a todos la mayor serenidad y confianza y les hago saber que he cursado a los capitanes generales de las regiones militares, zonas marítimas y regiones aéreas la orden siguiente: Ante la situación creada por los sucesos desarrollados en el Palacio del Congreso y para evitar cualquier posible confusión, confirmo que he ordenado a las autoridades civiles y a la Junta de Jefes de Estado Mayor que tomen las medidas necesarias para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente. Cualquier medida de carácter militar que en su caso hubiera de tomarse, deberá contar con la aprobación de la Junta de Jefes de Estado Mayor. La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la Patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum". También entonces se redactó el que sería el primer comunicado público de la JUJEM, también perfectamente de acuerdo con la "solución Armada", y mientras éste todavía estaba en el Cuartel General del Ejército: "La JUJEM manifiesta que, ante los sucesos desarrollados en el Palacio del Congreso, se han tomado las medidas necesarias para reprimir todo atentado a la Constitución y restablecer el orden que la misma determina". Se transmitió a las capitanías generales hacia las 11 de la noche. Aproximadamente a la misma hora, Televisión Española empezaba a anunciar la alocución del rey a la nación, sin fijar la hora. Y acto seguido, el rey volvió a telefonear al teniente general Jaime Milans del Bosch. Le pidió que hablara con Tejero para convencerle de que siguiera las instrucciones de Armada.
A las 23:30 la unidad móvil de RTVE llegó al palacio, con los periodistas Pedro Erquizia y Jesús Picatoste. Y un cuarto de hora más tarde Armada salió del despacho de Gabeiras, que le despidió con un abrazo y un "¡A tus órdenes, presidente!", cuadrándose delante de él. Varios generales todavía insistieron en acompañarlo, pero acabaron acordando que fuera solo para no dar la sensación de coacción. No hay una explicación oficial sobre cómo Armada llegó a conocer la contraseña para entrar en el edificio, "Duque de Ahumada". A media noche, el rey se vistió de militar para el vídeo, con uniforme de media gala: camisa blanca, corbata negra, faja con grandes borlas de oro. En la grabación estaban presentes las dos infantas, el príncipe Felipe y la reina, sentados en el suelo delante de él; mientras Sabino, varios ayudantes y Manuel Prado iban y venían. Al parecer este último introdujo una palabra en el mensaje real como recuerdo de su presencia en aquellos momentos trascendentales, pero no se sabe cuál fue. Se hicieron dos copias del vídeo, que media hora después, a las 00:30, salían en coches y recorridos diferentes hacia Prado del Rey.
Prácticamente a la misma hora, a las 00:35, Armada llegaba al Congreso. Había tardado 50 minutos, casi una hora, en llegar desde el palacio de Buenavista, sede de la JUJEM, a Vitrubio 1, que está a 5 minutos escasos. El fiscal Claver Torrente no pareció nada interesado en conocer como se invirtió este lapso de tiempo. Se hacen cábalas sobre la posibilidad de que hubiera pasado por La Zarzuela, para hablar con el rey y con Sabino de lo que diría a Tejero y a los diputados. O incluso para estar presente en la grabación del mensaje real... Pero respecto a este hecho, no se sabe nada. Lo que sí está probado es que antes de entrar en el Parlamento hizo una breve escala en el Palace, convertido en puesto de mando de los generales que mandaban los cuerpos militarizados que rodeaban el Congreso. Armada les volvió a largar el discurso que hacía horas que repetía: que algunas capitanías podrían estar a favor de Milans, que el Ejército estaba dividido... Y expuso su oferta de un gobierno de transición. Le dieron vía libre. El general Aramburu Topete, director general de la Guardia Civil, y el general Sáenz de Santamaría, jefe de la Policía Nacional, le acompañaron hasta la puerta del Congreso. Armada entró en el Congreso tras dar la contraseña convenida por los golpistas para recibir la "autoridad militar" que esperaban, el "elefante blanco": "Duque de Ahumada". Habló con Tejero en un despacho acristalado, desde donde los guardias armados no podían oírlos, pero sí que los veían discutir acaloradamente, mientras Armada agitaba en el aire un ejemplar de la Constitución de 1978 que había traído para explicar algo a Tejero. Su propuesta fundamentalmente consistía en el hecho de que se retiraran los guardias, le dejaran pasar al hemiciclo y permitieran que el mismo Congreso deliberara y acordara una fórmula para constituir un gobierno de solución a la situación creada, para que todo volviera a la normalidad. Después el Congreso presentaría su propuesta al rey, a fin de que todo fuera constitucional. En la versión de Tejero, que Armada no confirmó, los diputados ya estaban preparados, y el futuro gobierno pactado: la presidencia para él; la vice-presidencia para Felipe González; y dos o tres carteras para cada partido, con socialistas y comunistas moderados como Enrique Múgica y Solé Tura, éste como ministro de Trabajo. Armada, además, le habló del tema del avión para que él y sus hombres salieran de España. El enfado de Tejero fue monumental. Aquello no era lo que él esperaba, no era lo que le habían dicho... Insistió en que el rey tenía que promulgar unos decretos que disolvieran las Cortes, que Milans tenía que estar en el Gobierno, que nada de comunistas. Y, naturalmente, no se pusieron de acuerdo. A la 1:20 de la madrugada Tejero daba por finalizada la conversación con Armada, y ordenaba a dos guardias que lo condujeran a la salida e impidieran que volviera a entrar sin su permiso. Y Armada salió del Congreso desolado. ¡Quién sabe qué le debía pasar por la cabeza en aquel momento...!
Adentro, Tejero se quedó comentando la conversación con sus oficiales, lleno de ira. Manifestó que estaba dispuesto a no darse por vencido e improvisaron un manifiesto. Intentarían que se difundiera por radio, pero los militares del exterior consiguieron evitarlo. A la 1:23 se emitió el mensaje del rey por televisión. En La Zarzuela todavía no sabían que el plan de Armada había fracasado en aquel momento. Armada ni siquiera había podido seguirlo. Según sus declaraciones, le es imposible concretar dónde estaba en aquel instante preciso: "Yo debía de estar hablando con Tejero en el Congreso", "creo que estaba en el Hotel Palace, cuando se emitió", "me parece que debió darse el mensaje por televisión cuando yo iba en el coche del gobernador civil". En efecto, éste fue el recorrido que hizo al salir. Del Congreso fue directamente a rendir cuentas al Palace de lo que había pasado, y de allí fue conducido al Ministerio del Interior (donde se había constituido una comisión de secretarios de Estado y subsecretarios, el siguiente grado por debajo de los ministros, un organismo civil que tuvo un valor más simbólico que otra cosa, puesto que en toda la noche no tomaron ninguna decisión sin consultarla con La Zarzuela). Fue desde Interior que Armada habló con la Casa Real por primera vez. Pero el mensaje sí que lo habían visto millones de ciudadanos, que esperaban despiertos y expectantes. Entendieron lo único que podían entender: que el golpe había sido abortado por el monarca.
¿A quién se le podía ocurrir pensar en un desenlace "constitucional" tan rocambolesco como el que habían previsto en realidad? La mayor parte de la población se sintió aliviada y se fue a dormir. Pero en La Zarzuela se echaban las manos a la cabeza pensando "y ahora… ¿qué hacemos?" Con los insurrectos no se había pactado nada para que depusieran su actitud por las buenas, ni se habían tomado medidas militares para reducirlos. El comandante Pardo Zancada, que no quería ni podía aceptar que todo se quedara así, salió de la División Acorazada Brunete con una columna de 113 hombres hacia las Cortes para apoyar a Tejero, como primera reacción al fracaso de Armada. Nadie interceptó la marcha y entró en el Congreso sin dificultad. Un poco más tarde, todavía llegó el capitán de navío Menéndez Tolosa, con la misma intención. Y tampoco tuvo problemas para entrar. A las 2 de la madrugada, cuando ya todos los implicados estaban bien enterados del fracaso de Armada, los golpistas de la rama dura seguían insistiendo. Todavía pensaban que, si se sumaban más batallones del Ejército a la insurrección, se podría forzar la situación. Y reclamaban que el rey tomara la iniciativa, apoyándolos abiertamente y nombrando presidente a Armada por anticipado y a riesgo suyo, sin Constitución ni hostias. Pero el Borbón siempre ha sabido medir muy bien los riesgos. La experiencia de un golpe de este estilo ya la había tenido su abuelo, Alfonso XIII, con Primo de Rivera... y no le había salido bien. Además, aquello no era lo que querían los americanos. No, no podía ser. Como le dijo a Milans, ya era demasiado tarde, ya no se podía hacer nada. Tejero había abortado el golpe de Estado que él mismo había iniciado. A Milans parecía que no le llegaba el mensaje de que tenía que retirar sus tropas y ordenar a Tejero que se rindiera sin más historias, de manera inmediata. En un momento determinado, incluso pensó que si el rey no se ponía de parte suya, tendría que abdicar e irse. Pero lo cierto es que, gracias a la cautelosa gestión desde La Zarzuela, no contaba con los suficientes apoyos en las capitanías generales. Juan Carlos, que casi nunca había sabido imponerse verbalmente en una discusión, y prefería recurrir a Sabino o a una nota escrita, se lo transmitió por télex:
"Confirmando conversación telefónica acabamos de tener, te hago saber con toda claridad lo siguiente: 1. Afirmo mi rotunda decisión de mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente; después de este mensaje ya no puedo volverme atrás. 2. Cualquier golpe de Estado no puede escudarse en el Rey, es contra el Rey. 3. Hoy más que nunca estoy dispuesto a cumplir el juramento de la bandera muy conscientente, pensando únicamente en España; te ordeno que retires todas las unidades que hayas movido. 4. Te ordeno que digas a Tejero que deponga su actitud. 5. Juro que no abdicaré de la Corona ni abandonaré España; quien se subleve está dispuesto a provocar una guerra civil y seré responsable de ella. 6. No dudo del amor a España de mis generales; por España primero, y por la Corona después, te ordeno que cumplas cuanto te he dicho". Al poco de recibirlo, Milans comunicó a La Zarzuela que cumpliría sus órdenes. Ya no había salida. Pero advirtió que el teniente coronel Tejero no le obedecía y la situación del Congreso era muy peligrosa. A las 4 de la madrugada, las tropas se retiraban de las calles de Valencia y se dictaba un bando que anulaba el anterior. A dos cuartos de set Milans se retiraba de su tabla de mando y se iba a dormir sin preocuparse demasiado por la situación en que quedaba Tejero, que todavía estaba encerrado en las Cortes. De todos modos, el teniente coronel de la Guardia Civil empezaba a comprenderlo. Hasta el comandante de la División Acorazada que había ido a apoyarle cuando ya todo estaba perdido, Pardo Zancada, le aconsejaba que se rindiera, mientras sus guardias huían por las ventanas. Por la mañana, todos veían tan claro el final, que el mismo líder de Alianza Popular, Manuel Fraga, se puso de pie en el hemiciclo y lanzó un memorable discurso antigolpista: "¡Quiero salir porque esto es un atentado contra la Democracia y la Libertad!... ¡Esto no favorece ni al rey, ni a España, ni a la Guardia Civil!... ¡Prefiero morir con honra que vivir con vilipendio!” Lo secundaron los diputados Óscar Alzaga, Fernando Alvarez de Miranda e Iñigo Cavero, que se abrieron las chaquetas de par en par: "¡Dispárenme a mí!" Todo un show como fin de fiesta.
Antes de entregarse, Tejero exigió la presencia de Armada. Sólo pactaría la rendición con él. Un gesto entre militares y en su lenguaje, para dejar patente su traición y humillarlo públicamente. A la una menos cuarto del 24 de febrero, tras hablarlo con el rey, Armada firmó a la puerta de las Cortes, sobre el capó de un coche, la "nota de capitulación" con las condiciones de Tejero. Los guardias que todavía quedaban dentro subieron a sus vehículos y salieron hacia los acuartelamientos respectivos. Después salieron los diputados, rodeados de cámaras y micrófonos de periodistas. A las dos y media del mediodía, el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Gabeiras, telefoneó a Milans del Bosch y le ordenó que acudiera inmediatamente a Madrid. A las siete en punto de la tarde, Milans entró en el Ministerio de Defensa, donde fue detenido inmediatamente. Aquella misma tarde, la Junta de Defensa, reunida en La Zarzuela, con Suárez todavía de presidente en funciones, ordenaba a Gabeiras que también arrestara a Armada. Gabeiras giró la cabeza hacia el rey, entre sorprendido y alarmado, e hizo exclamar a Suárez: "¡No mire al rey, míreme a mí!"

Maquillaje morado

La inmensa mayoría de los casi 300 guardias civiles y más de 100 soldados que ocuparon el Parlamento nunca fueron juzgados. En total, sólo fueron encarcelados y procesados 32 militares y un civil, y ni siquiera todos resultaron condenados después. El juicio empezó en febrero de 1982, en un antiguo almacén de papel del Servicio Geográfico del Ejército, habilitado para la ocasión, en la zona militar madrileña de Campamento. Sabino y varios funcionarios e instituciones se esforzaron mucho para intentar dejar a Juan Carlos al margen del procedimiento judicial. Los abogados defensores mantuvieron la tesis de que los militares insurrectos habían actuado "por obediencia debida" al rey. Y pretendieron que Juan Carlos prestara declaración como testigo, como mínimo por escrito, teniendo en cuenta el protagonismo que había tenido la noche y la madrugada del golpe de Estado. Pero no hubo manera. En lugar suyo, declaró Sabino. De todos modos, el rey acabó saliendo como implicado en las declaraciones de la mayor parte de los encausados. No en la de Armada, que se comprometió en un pacto de silencio que no pudo romper nadie. Los otros coincidieron en el hecho de que el rey estaba enterado de todo y que participó en el plan de actuación. Aquellos meses tuvieron que ser amargos para el monarca, aunque una multitud enfervorizada de columnistas y políticos intentaron paliarlo en la medida de sus posibilidades, con una sólida campaña en defensa de la Corona. La Junta de Andalucía llegó a hacer una declaración oficial de adhesión al rey el marzo de 1982 durante el juicio.
El 3 de junio se dictó una sentencia que no gustó a nadie. De los 33 encausados, 11 resultaban absueltos, a Armada sólo le caían 6 años y, aunque a Milans y a Tejero se les aplicaba la pena máxima (30 años), el mismo Tribunal Militar anunciaba que solicitaría el indulto al Gobierno. El entonces presidente, Calvo Sotelo, expresó su disconformidad y anunció la intención gubernamental de recurrir en contra de la sentencia. Con esto, la causa pasó a la jurisdicción del Tribunal Superior de Justicia. El 6 de abril de 1983 se abría la vista de los recursos en la Sala Segunda. Pero cuando se dictó sentencia firme, el 28 del mismo mes, se pudo ver que los cambios eran poco significativos, excepto en el caso de Armada, que ahora salía con 30 años de condena. Para suavizarlo un poco, el Tribunal especificaba que "si el Consejo Supremo de Justicia Militar persiste en su propósito, pronunciada la sentencia, de dirigirse al Gobierno para que se ejercite el derecho de gracia respecto al teniente general Milans y al teniente coronel Tejero, deberá hacerlo extensivo, para evitar agravio comparativo, al general Armada". Milans, Tejero y Armada fueron los únicos con una condena superior a 12 años. Con más de 3, sólo fueron condenados ocho de los encausados. Aunque el número de absueltos se redujo sólo a tres, a la mayoría les correspondieron penas de l a 3 años, tras los cuales se podrían reincorporar nuevamente a sus puestos en el Ejército. Uno de los condenados, éste a 5 años, fue el capitán Jesús Muñecas, cuya brillante actuación televisiva, anunciando al hemiciclo la llegada inminente de una "autoridad militar", también merecería haber sido premiada con un Oscar. Otros que tuvieron la suerte de no salir por la tele se pudieron salvar con mucha más facilidad. Los coroneles Valencia y Arnáiz, por ejemplo, que se encargaron de tomar RTVE y varias emisoras de radio, no fueron encausados y al poco del 23-F los dos resultaron ascendidos a general.
Gracias a los esfuerzos no se sabe muy bien de quiénes, las referencias al rey desaparecieron en la sentencia, y Sabino ocupó su lugar como responsable de algunas de sus actas. Por ejemplo, se atribuyó al secretario de la Casa la conversación que el rey había tenido con Armada, a las 18:30 aproximadamente, en la que el general se "ofrecía" para ir a La Zarzuela. Y esto teniendo en cuenta que esta novísima versión no se correspondía con ninguna de las declaraciones que habían tenido lugar durante el juicio: ni con la de Fernández Campo, ni con la de Gabeiras, ni con la de Armada. Después el mismo rey también se encargó de desmentirla en las conversaciones que tuvo con Villalonga para su biografía autorizada. No fue la única vez que metió la pata en aquellas largas entrevistas, en qué, además, se permitía descalificar a los golpistas, con exclamaciones como "¡Verdaderos amateurs!", o "¡Era un golpe de Estado montado sin sentido común!" Exclamaciones que le habrían podido valer que fieles como Armada le perdieran el respeto y rompieran el pacto de silencio, pero que Sabino, siempre más atento a los detalles que el monarca, se encargó de que fueran suprimidas en la edición española del libro. El que salió peor parado de todo el proceso, sin duda, fue Tejero. Le tocó comerse casi todo el marrón. Aparte de los 30 años, fue condenado a pagar al Estado 1.076.450 pesetas por los destrozos que había causado en el Parlamento. Además, como se le había expulsado del cuerpo, toda su familia tuvo que desalojar el piso de la Guardia Civil en que vivía. Su castigo aumentó cuando fue trasladado al Castillo de Santo Ferran, en Figueres, una fortaleza del siglo XVIII, en la que fue prácticamente el único inquilino de 1983 a 1991. Actualmente continúa en prisión, en la de Alcalá de Henares, pero disfruta de régimen abierto.
A Milans del Bosch le fue algo mejor. El Ejército empezó por mostrarle su apoyo concediéndole la medalla de sufrimientos por la patria, a finales de 1981, aunque después el Gobierno consiguió anularlo, porque aquello era demasiado descarado. Con una condena de 30 años a la espalda, pasó por varias prisiones (Algeciras, Alcalá de Henares, Figueres y la Prisión Naval de Carranza, en el Ferrol de su Caudillo). No quiso pedir nunca el indulto, pero el 1 de julio de 1990, después de haber cumplido la tercera parte de la condena (dicen, aunque las cifras no cuadran: desde febrero de 1981 sólo habían pasado 9 años), fue puesto en libertad. Se instaló en un chalé de La Moraleja, un barrio residencial de lujo, en Madrid, y murió en 1997, al parecer de un tumor cerebral. Le enterraron como a un héroe en la cripta del Alcázar de Toledo, por su condición de defensor del recinto durante la Guerra Civil. El asunto de Armada, que sólo cumplió 7 años de prisión en total, se puede decir que fue una ganga. A finales de 1987 el Consejo Supremo de Justicia Militar ya le había rebajado la pena a 26 años, 8 meses y 1 día. Pero la libertad definitiva la obtuvo el 24 de diciembre de 1988 cuando el Gobierno socialista de Felipe González le indultó por razones de salud y por "acatar la Constitución". Ahora vive en Galicia, en una casa solariega, donde se dedica a cultivar camelias.
Con respecto al CESID y a su papel en el 23-F, igual que en todo lo que hace referencia al monarca, también hubo una campaña de silencio, adoctrinamiento y destrucción de pruebas. Entre los documentos desaparecidos en los días siguientes, de los cuales sólo queda el recuerdo en la mente de los agentes que entonces estaban activos, se citan el informe "Delta sur" (que evaluaba la actitud de cada mando del CESID respecto a un cambio de régimen), unos edictos y decretos que se tenían que difundir una vez hubiera triunfado el golpe, e informes de vigilancia que incluían fotos de reuniones conspirativas celebradas en varios puntos de Madrid. Después se elaboró el "informe Jáudenes", "acerca de la posible participación de miembros de la AOME [Agrupación Operativa de Medios Especiales, cuyo jefe era José Luis Cortina] en los sucesos de los días 23 y 24 de febrero pasado". Fue encargado al teniente coronel Juan Jáudenes el 31 de marzo de 1981, cuando ya no quedaban pruebas. Pero todavía se pudieron reunir testigos que implicaban a unos ocho agentes (García Almenta, Monge, Sales y Moya, entre otros). De todos modos, ninguno fue denunciado por el CESID. Si Cortina llegó a ser procesado, fue en base a las imputaciones de Tejero. Pese a que el fiscal le pedía 12 años, por actuar de enlace de Armada en Madrid y dar apoyo logístico a Tejero para que tomara el Parlamento, fue absuelto de manera poco convincente por falta de pruebas. No dejó el Ejército. Desde 1983 tuvo diversos destinos: el Regimiento de Infantería Jaén 25, el Polígono de Prácticas de Carabanchel y, para terminar, en 1985, el Cuartel General del Ejército, en el departamento MASAL (Mando de Apoyo Logístico), ascendido a coronel de Estado Mayor. En 1990 le fue concedida la Cruz Militar con distintivo blanco y la placa de San Hermenegildo. Después, su suerte dio un vuelco: todavía con el PSOE en el poder, en 1991 fue expedientado y destituido por negligencia en la custodia de documentos secretos. Pero esta es otra historia.
Gómez Iglesias fue el único agente del CESID condenado por implicación directa en el asalto al Congreso. El Tribunal Militar sólo le impuso una pena de 3 años, aunque después el Supremo la amplió a 6. Pero los otros ni siquiera atestiguaron en el juicio. El "informe Jáudenes" fue incorporado a la causa 2/81 y después devuelto. En los 13.000 folios del sumario no se hace ninguna mención del Rey. En cuanto a la implicación de políticos, y muy especialmente de los socialistas que estaba probado que se habían reunido con Armada, hace falta decir que también tuvieron mucha suerte en el juicio. Tanto ellos como el grupo de La Zarzuela, incluyendo a Armada, cumplieron el compromiso de no implicarse mutuamente. Un equipo de abogados entrenó a Múgica durante mucho tiempo para que su declaración como testigo se ajustara a los intereses del PSOE, que consistían en desvincularse de Armada. Al cabo de los años, Múgica no ha modificado su disciplina y todo lo que reconoce es que hablaron de la cría de mulas para el transporte de las unidades de artillería de montaña. Cuando salió la sentencia, Felipe González, que ya era presidente del Gobierno, declaró en el Congreso: "Esta sentencia cierra un capítulo importante y doloroso de la historia de España". Empezaba a entrenarse en la disculpa de que se enteraba de las cosas por la prensa, cuando, recalcando "la absoluta independencia entre el poder judicial y el ejecutivo", dijo: "Yo me he enterado a media mañana del contenido de la sentencia, por una nota manuscrita del portavoz del Gobierno". Para que la historia lo juzgue, permanece la anodina sentencia del Supremo, que a lo largo de los considerandos puntualizaba que la rebelión habría existido incluso con el supuesto "impulso regio". Se decía literalmente: "No sobra razonar que si, hipotéticamente y con los debidos respetos a Su Majestad, tales órdenes hubiesen existido, ello sin perjuicio de la impunidad de la Corona que proclama la Constitución, no hubiera excusado, de ningún modo, a los procesados, pues tales órdenes no entran dentro de las facultadas de Su Majestad el Rey, y, siendo manifiestamente ilegítimas, no tenían por qué haber sido obedecidas".

El triunfo del golpe

El golpe del 23-F, al fin y al cabo, acabó triunfando de cualquier modo. No solamente por la sesión de maquillaje a que fue sometida la versión oficial. La pasividad popular fue el éxito más importante. Consiguieron que toda España se quedara clavada ante el televisor esperando las palabras del monarca, con una representación regia digna del sainete del "gobierno de salvación nacional". Su éxito recogía los frutos de los primeros años de la Transición, con los partidos defraudando las expectativas y las reivindicaciones populares. Como consecuencia, se habían producido altas tasas de abstención en las elecciones, multiplicada por dos y por tres entre 1977 y 1980, bordeando el 70%; y, paralelamente, la desafiliación casi en masa de militantes de los partidos Comunista y Socialista (superior al 50% entre 1977 y 1980). El cenit fue el 23-F. Unos días después, el 27 de febrero, hubo una multitudinaria y pacífica manifestación en Madrid que inauguraba la nueva etapa política, con los "héroes" del 23-F (Felipe González, Carrillo y hasta el mismo Fraga Iribarne) encabezando la promovida concentración de masas y dando vivas al rey. Por otra parte, el ingreso de España en la OTAN fue inmediato. En octubre de 1981, Juan Carlos se reunió con Reagan en visita oficial a Washington y, unos meses después, en mayo de 1982, Calvo Sotelo consiguió que las Cortes la aprobaran. Por lo general, hubo un vuelco hacia la derecha en todo el Estado, con la LOAPA como estandarte antinacionalista. En este marco, AP ganó las elecciones autonómicas de Galicia (el 20 de octubre), cosa que suponía pisar por primera vez el poder en la Transición. Y en las andaluzas (el 23 de mayo), el PSOE barrió al PCE. En todas partes bajaba en caída libre la UCD, a la cual se hacía responsable de lo que se estuvo a punto de perder. El golpe de Estado había mostrado que las libertades existentes eran frágiles. Incluso el PCE, algunos sectores del cual habían mantenido hasta entonces reservas críticas hacia la política de concentración democrática, reconocía que había subestimado los riesgos de involución.
Cuando en agosto se convocaron elecciones generales para octubre, el PSOE ya estaba preparado para cambiar su discurso, no preocupar a la banca ni a los poderes fácticos, y apoyar a la monarquía sin complejos. El 23-F fue la coartada perfecta. Fue la definitiva domesticación de las bases del partido. El 28 de octubre ganó por mayoría absoluta con el 48% de los votos, con promesas de salir de la OTAN, crear 800.000 puestos de trabajo y consolidar las libertades. En el discurso de apertura del nueve Parlamento, en noviembre, el antes republicano Peces-Barba se permitió el lujo de decir que "Monarquía y Parlamento no son términos antitéticos, sino complementarios, y su integración en la monarquía parlamentaria, tal como se dibuja en nuestro texto constitucional, produce una estabilidad, un equilibrio y unas posibilidades de progreso difíciles de encontrar en otras formas de Estado". Cuando Juan Carlos firmó el decreto de nombramiento de Felipe González, el 3 de diciembre, dijo emocionado a Peces-Barba: "Si mi abuelo hubiera podido tener esta relación con Pablo Iglesias, habríamos evitado la guerra civil". Y Gregorio le contestó: "Quizá, señor, para llegar a esto tuvimos que pasar por aquello". Y por el 23-F, podríamos añadir, también, sin duda.



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